Hilachas que van tramando
Vamos a contar una historia de un niño como tantos otros que tenemos correteando por las familias. Tiene 10 años, es seductor de ojitos negros, travieso, de atención dispersa. Cada año es una larga dificultad entre él y sus padres. Una madeja que se desmadeja entre la travesura medio peligrosa, la falta de atención en clase, la charla interminable justo cuando no se puede charlar y las notas que reflejan todas estas desgracias. Desobediencia tras desobediencia.
Lo vamos a llamar Darío. Cuenta con toda nuestra simpatía porque sus faltas las comparte con los padres que están absolutamente confundidos y sufriendo por el “hijo ladrón” el que se lleva la simpatía de todos cuando baja la cabeza y sube las pestañas y esa condición lo lleva por mal camino porque en el fondo todo se le tolera. Ya probaron todo, el castigo del día, de la semana y del mes. No hay juegos, no hay pantalla ni teléfono. Todo ha ido escalando lentamente hasta descolocar los ánimos de toda la familia.
Se hace amigo de los niños más complicados, aquellos que hacen trampas para conseguir las figuritas que necesitan para llenar el álbum y de los empujones en el partido, la broma soez y apropiarse de algo de un compañero.
Los padres de Darío sufren porque se ven encima la adolescencia y saben que será difícil porque los tiempos son difíciles.
Su preocupación se divide en dos conceptos, saben que su hijo está muy apegado a las malas compañías y va por mal camino, que le falla la voluntad de hacer las cosas bien y que le resulta difícil aceptar frustraciones y al mismo tiempo saben que es una persona buena, que de tener la oportunidad saldría adelante.
No encuentran la forma. Siguen escalando las penitencias, pero las notas no levantan y las visitas a la Dirección para ser amonestado se hacen frecuentes. Todo trae al hogar una sensación de fracaso e intolerancia en la cual todos se sienten abandonados; los dos hermanos de Darío, uno mayor y otro menor muestran abatimiento y dejan de prestar atención a lo que se considera relación familiar normal para irse cada vez más a la casa de amigos.
Es el momento de encontrar otro camino ingenioso, nuevo y categórico.
El problema es claro para quienes han abordado soluciones difíciles,
Se están persiguiendo objetivos
Los padres tienen un plan positivo para todos sus hijos, que adquieran valores, que imiten los buenos ejemplos, que sepan amar y ser amados. Nada alcanza. Parecen ir tras un objetivo sano y convocante pero algo falla.
El final está en el principio
Y por lo tanto
La solución está al principio
El principio es tratar de hacer las cosas bien pero nos estamos olvidando de lo más importante, lo que provoca el principio, lo que marca todos los caminos y todas las realidades,
Las circunstancias
¿Y qué son las circunstancias? Son el requisito y causa, el detalle que favorece o desarregla la vida de las personas. Las circunstancias de nuestro nacimiento aportan educación, salud, alegría, fortaleza, reconocimiento personal o la interminable cadena de acontecimientos que predisponen nuestra vida para el dolor. Las circunstancias son como la lotería de la vida. El premio mayor o ningún premio.
Pero no todo está perdido porque no todo está sometido al azar.
A la circunstancia oponemos la voluntad.
“Los resultados espléndidos no los lograron jamás sino aquellos que tuvieron el valor de creer que dentro de ellos mismos había algo superior a sus circunstancias”
Empezamos ese camino. En este caso los padres de Darío reconocieron que su hijo estaba como prisionero de ciertas circunstancias y por simple intuición y vieja sabiduría decidieron eso: cambiar las circunstancias. Ir más allá de los objetivos que por nobles que sean tienen el espacio de lo fragmentado y giran y se mezclan en el ámbito de las circunstancias.
Hicieron un plan de acción. Hablaron seriamente con su hijo y le hicieron saber que durante ese año que empezaba, el último de su escuela primaria, se iban a cambiar un montón de hábitos familiares y personales que ellos consideraban negativos.
A partir del primer día de clase sus tareas escolares iban a ser fiscalizadas de cerca por sus padres quienes estarían a mano para toda consulta, debían ser terminadas en forma prolija para ser presentadas a su maestra. Las lecciones se estudiarían y padre o madre ayudaría a exponerlas como si fueran las maestras, todos los días leerían un texto de una sola carilla y lo contarían brevemente. La mochila estaría en orden, todos los días Darío se ocuparía que sus útiles estuvieran todos y en buenas condiciones.
Por supuesto que podía encontrarse con sus amigos y tener actividades con ellos pero se le explicó que había cosas que podía compartir con todos y otras cosas que estaban un poco limitadas según fuera uno u otro niño. No todas las compañías eran aceptadas alegremente, desde ahora y por ese año. Para eso en una conversación amable sus padres le pidieron que pensara en la manera de ser de sus amigos y que tratara de entender que, por sobre todo, estas decisiones de “cambio de circunstancias” eran solamente para su bien. Que los primeros días serían difíciles para todos y que tuviera un poco de paciencia cooperando con esta nueva situación. Porque:
“Para cambiar una situación deben cambiar sus circunstancias”
El principio fue difícil. Se requirió mucha paciencia y mucha voluntad y decisión de los padres que buscaban ser todo lo convincentes y serenos que se necesitara. Pasando los días y las semanas Darío se apuraba para tener todo listo y poder dedicarse a sus juegos y a estar con sus amigos. Las tareas se convirtieron en temas de conversación, iba apareciendo un mundo nuevo. El orden de su mochila y el de su vida le resultaban muy cómodos, empezaron a cambiar las notas y se sentía raro e incómodo con algunos de sus compañeros. Cuando subieron sus notas y, sobre todo cuando no había visitas a la Dirección ni notas de advertencia en el cuaderno, se le hizo más cómodo el nuevo sistema. Lo atrajo el éxito como una nueva salida en su vida. Había que despegarse del fracaso y sentir las bondades del éxito.
Darío le tomó el gusto a hacer las cosas bien. Tenía menos nervios y más tiempo para hacer las cosas que le gustaban. Dejó de estar en el grupo de los incorregibles que había tenido mucha adrenalina y nada de placer. Llegó a fin de año sin ansiedades, como un alumno normal, con tiempo para jugar y divertirse y aprender y mejorar cada día. Ya pasado mitad del año los padres fueron aflojando la atención aunque siguieron muy de cerca para que el año fuera verdaderamente fructífero.
Las cosas mejoraron para todos.
“Para educar a veces se necesita cambiar las circunstancias de manera radical”
“Tener en claro que hacer las cosas bien es mejor que hacerlas mal”
“Adquirir hábitos cotidianos positivos”
“El que pierde la paciencia pierde la guerra”
“Si no cambian las circunstancias los objetivos suelen ser traicionados y casi nunca se logran”
Y muchos otros paradigmas de la educación que a veces nuestra sociedad ciertamente olvida o confunde. Esta historia es cierta. Como dicen en la Televisión, se cambiaron los nombres. Darío que no es Darío empieza a cursar su 5to año del secundario. Es un muchachito feliz, no es el mejor alumno pero considera que es muy cómodo no llevarse materias y no lo hace. Piensa seguir una carrera de ciencias.
De todo lo relatado el gran secreto fue que padres que aman a sus hijos deben aprender a usar las herramientas correctas.
“Cambio de circunstancias y a tiempo para que sirva”
“Sin miedo y con mucho amor que es lo mejor para educar a los hijos”